Lima (EFE).- El denominado “muro de la vergüenza” de Lima, que separa a una humilde barriada de un distrito adinerado en la capital peruana, ha comenzado a ser demolido por orden del Tribunal Constitucional, una medida que ha suscitado comentarios de distinto signo a cada lado y que no cierra la brecha social abierta.
“Esa herida social, que es un tema que efectivamente puede ser considerado como discriminación, no tiene que ver con un tema de separación social, sino con la accesibilidad a servicios básicos”, explicó a EFE el gerente municipal del distrito de La Molina, Francisco Dumler.
El muro, en cuyo derribo trabajan operarios desde hace varios días, se ubica en lo alto de una loma que marca el límite entre el acomodado distrito de La Molina y el popular Villa del Triunfo, en pleno parque ecológico.
Inicialmente y en gestiones previas, la Alcaldía de La Molina alegó que el muro -construido con piedras y alambres- buscaba proteger la seguridad ciudadana y evitar la instalación de asentamientos ilegales.
El Constitucional ordenó su demolición total por afectar el derecho al libre tránsito, a la igualdad y a la no discriminación.
El muro de la vergüenza
Del lado de Villa María del Triunfo, las ocupaciones de terrenos comenzaron hace más de una década y han llegado hasta las inmediaciones del muro, mientras que en el sector de La Molina, las construcciones han respetado ese parque y comienzan en las faldas del cerro.
El choque al cruzar de un lado a otro no termina ahí, como explica Dumler, en La Molina “la cobertura de agua es muy alta, llega al 100 %” y todas “las viviendas tienen servicios de conexión domiciliaria, desagües”.
“El problema viene en el lado de Villa María del Triunfo, donde la gente no tiene ese tipo de servicios, entonces esto obedece a un tema estructural”, comenta el funcionario de La Molina, uno de los 43 distritos que componen la capital peruana.
Tal y como recuerda, Lima es la única capital Latinoamericana cuya población ha crecido un 100 % en 30 años, al pasar de 5,5 millones en 1990 a los actuales 11 millones.
“En líneas generales, eso ha hecho que muchos de los habitantes que han venido a esta ciudad, al no poder acceder a un suelo urbano proporcionado por el Estado o por el desarrollo inmobiliario que provee la misma ciudad a los privados, haya tenido que empezar a invadir estos cerros”, comenta.
Por eso, considera que la solidaridad entre distritos es la única forma de cerrar esas brechas.
Una cicatriz que permanece
“En realidad, aunque (el muro) ya no esté construido, creo que siempre va a haber como una muralla, quizás por las clases sociales. El muro, estorbaba el pase, pero ahora que está libre se sigue viendo como su hubiera un muro igual, por la diferencia social”, explica a EFE Luz Bautista, una vecina de la zona.
Los hijos de Bautista, como muchos de sus vecinos que se asentaron en su sector hace unos 12 años, atravesando la tapia y a diario transitan por el camino que une Villa María del Triunfo con La Molina.
Son muchos también los vecinos que trabajan cruzando al otro lado, y que hoy, con la simbólica pared en proceso de derrumbe, no tienen que sortear o saltar el muro de cerca de un metro y medio que existía hasta hace poco.
Del otro lado, y atravesando sus los últimos restos del muro en el que trabajan los operarios, Rosario Flores comenta a EFE que el mayor temor que tienen sus vecinos es a “los traficantes de terrenos, que están invadiendo toda la zona de La Molina”.
Entre los temores también está un posible incremento de la inseguridad ciudadana, si bien reconoce que en La Molina “también hay delincuencia”.
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